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Apple y Amazon, ¿codicia y altruismo?

La conductora del programa En busca del cuento perdido, Sandra Lorenzano, entrevistó ayer, 22 de marzo, a la autora del libro Enredados, Laura García. La publicación trata sobre las redes sociales y, si tiene el enfoque que García mostró en la entrevista, debe ser de mucha utilidad para despejar algunas dudas y prejuicios acerca de ese fenómeno.

A pesar de ser una entrevista interesante, lo que me llamó más la atención fue que, cuando Lorenzano le preguntó a la autora si su libro tenía una edición electrónica, ésta respondió que sí, pero que no sabía si podía decir al aire el nombre de la compañía que lo publica y optó por decir «la compañía de la manzanita». De inmediato dice que pronto habrá otra edición en otra compañía de libros digitales y, sin el menor reparo o pudor, dice «en Amazon».

No es la primera vez que escucho o leo comentarios sobre las grandes compañías de la industria electrónica en las que está implícito que Apple es una empresa hambrienta de ganancias mientras que otros gigantes, como Amazon o Google, son poco menos que organizaciones no lucrativas al servicio de la humanidad. Los comentarios pueden provenir de especialistas -como en el caso de marras- o de consumidores comunes y corrientes.

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Reglas de etiqueta para Internet: ¿moda o necesidad? Siete reglas

“¿Sabe usted escribir un mensaje de texto en un teléfono celular?”. Esta es la pregunta que podría sustituir a la clásica “¿Puede usted escribir un recado?”, que aparece en los cuestionarios de varios estudios sociales para conocer si una persona sabe leer y escribir o es un analfabeta funcional. Se podría preguntar también si el entrevistado escribe en su muro de Facebook o si “tuitea”, al menos, de vez en cuando. No tengo estadísticas, pero basta observar  un rato a la gente en las calles, en las oficinas, en los restaurantes, en las escuelas o en el Metro para poder concluir, de manera poco científica pero incontrovertible, que son muchos los que usan alguno de estos medios para comunicarse con sus conocidos o desconocidos. Y que seguramente son más que los que escriben un recado en su casa o en su trabajo.

Ante este fenómeno, muchos hablan del nacimiento de una nueva forma de escritura y algunos proponen reglas de etiqueta para ella. De hecho, las reglas de etiqueta para Internet (o netiqueta si traducimos el inglés netiquette) existen desde los ochenta, antes de que existiera la world wide web, es decir, antes de que pudiéramos hacer clic en las páginas cuya dirección empieza con “http://“. Y muchas de esas reglas son muy pertinentes para aprovechar la red y no causar molestias innecesarias a los destinatarios de nuestros mensajes. De hecho, se refieren no tanto a la forma de escribir los textos sino a la forma de difundirlos. Sin embargo, las recomendaciones que más circulan en las revistas y en las secciones de Internet de los diarios son del tipo: “no escribas con mayúsculas porque en Internet eso es como si estuvieras gritando”. Como si los textos en Internet fueran distintos a los que se pueden escribir en papel.

Concedo que un mensaje SMS por celular o una publicación en Twitter pueden requerir ajustar un poco nuestra escritura. Pero no es la primera vez que un medio nuevo provoca esto. No tenemos que irnos hasta la invención de la imprenta o más allá. El telégrafo (¿lo conocen los menores de 30 años?), hoy usado para poco más que amenazar a los deudores de los bancos, ya exigía que escribiéramos cosas como “BIEN SALUD. VENTAS HELADO MAL. MUCHO FRIO (sic, si mal no recuerdo, no había acentos en los telegramas, como tampoco minúsculas). FAVOR ENVIAR DINERO”. Como la tarifa más baja sólo permitía diez palabras, no podía uno decir: “Querido padre. Me encuentro gozando de buena salud a pesar del intenso frío. Pero, como te imaginarás, la gente no compra helados en esta época y mi negocio está a punto de quebrar. Por favor, envíame el dinero que pueda para irla pasando hasta que llegue la primavera”. La diferencia con los mensajes de texto o Twitter es que el mensaje debe ser corto en caracteres, no en palabras. Esto explica que se diga “Toy bien pero sin $ pq mucho frio (sic, quienes escriben SMS no suelen poner acentos) y no vendo helados manda $ pf (tampoco suelen añadir comas)”. Esos son menos caracteres que los 150 que proporciona Telcel por la cuota mínima. Esto es muy práctico y ahorrativo si uno necesita comunicarse con el teléfono celular, pero dista mucho de ser una solución originalísima y genial. Ni hablar de recomendarla para otros medios, ni siquiera para los correos electrónicos. Se cobre por caracteres, por palabras, por kilobytes o por gramos (el correo ordinario), la comunicación completa y clara en el lenguaje conocido por la mayoría de los hablantes es insustituible, sobre todo si se quiere decir algo más que “hola wey, vms al cine? (sic por la transcripción de güey, derivación de buey, y por la ausencia del signo de interrogación inicial)” o (“trae leche y pan”).  Por algo no se ha generalizado la taquigrafía, escritura económica por excelencia.

Lo que quiero decir es que ni los mensajes por celular ni el correo electrónico reinventan la escritura. Es obvio que introducen nuevas condiciones, que imponen adaptaciones en nuestra forma de escribir. Pero no exigen una nueva gramática ni mucho menos. La mayoría de las normas aplicables a un correo electrónico ya se aplicaban a una carta de esas que se metían en un sobre o pueden pedirse también a un memorándum dentro de una empresa. Eso sí, no está de más hacer explícita la transferencia de algunas de esas normas al correo electrónico, así como proponer otras derivadas de las peculiaridades tecnológicas y sociales de este medio. Las normas serán útiles en la medida en que favorezcan la comprensión, la economía de tiempo y dinero y la seguridad. Me atrevo a proponer siete reglas que buscan ser útiles en los sentidos mencionados pero que, reconozco, también nacen de mis propias obsesiones y del desconcierto ante ciertas prácticas de mis corresponsales electrónicos.

  1. No usar sólo mayúsculas. No porque crea que me están gritando (sí creo que escribir algunas palabras con puras mayúsculas, en ciertos contextos, significa tratar a los lectores como tontos que no pueden entender una idea escrita con altas y bajas), sino porque los párrafos son más difíciles de leer (si se cree que el destinatario está medio ciego, se puede agrandar la fuente sin necesidad de convertir todo a mayúsculas), se dan confusiones entre palabras que pueden ir acentuadas o no (la mayoría de quienes usan sólo mayúsculas no emplea acentos) y porque, al menos a mí (una vez más admito que mis prejuicios y obsesiones me impulsan a escribir esto), esos textos me dan la impresión de flojera y descuido, no me provocan interés en leerlos.
  2. Si se va a reenviar un correo con un chiste, un mensaje inspirador, una advertencia de peligro o un llamado a unirse a una causa, tener cuidado de usar archivos adjuntos sólo si es necesario. Es decir, si un chiste no necesita imágenes y ser contado en capítulos estrictos (las diapositivas de un PowerPoint pueden ayudar a crear suspenso o a sorprender), ¡no hace falta insertarlo en una presentación PowerPoint! Basta teclear el chiste en el cuerpo del correo electrónico. Lo mismo puede decirse de cualquier otro tipo de mensaje. ¿Por qué propongo esta regla? Porque los archivos adjuntos hacen lenta la transferencia de los correos del servidor a nuestra computadora, porque llenan nuestros buzones de entrada y porque pueden traer virus.
  3. Enviar sólo lo que vale la pena enviar. Sé que esta regla es muy general y que no sólo se aplica a Internet, pero no quiero dejar de presentarla. Lo que quiero decir es: refrenar el impulso de hacer clic automáticamente en el botón «Enviar» y, sobre todo, en el botón «Reenviar», revisar el contenido dos o tres veces para determinar:
    • Si el chiste que enviamos lo contaríamos a nuestros amigos cara a cara. Si no lo haríamos porque no le daría risa a nadie, quizá no vale la pena enviarlo. Por lo demás, reconozco que enviar ciertos chistes por escrito ayuda a quienes no tenemos mucha gracia o para descargar en “la red” la responsabilidad de contar un chiste peladísimo.
    • Si el mensaje inspirador nos dice algo a nosotros o si solamente suena bonito y tiene muchas fotografías espectaculares. Si ocurre esto último, uno podría tomarse la molestia de borrar textos sin sentido o cursis y dejar sólo las imágenes (que también podrían “subirse” a Facebook o Flickr y sólo enviar el enlace por correo).
    • Hablando de mensajes inspiradores: ¿ya confirmaste que esos párrafos que te llegaron de verdad fueron escritos por Borges, García Márquez o Vargas Llosa? Si no tienen el prestigio de haber sido escritos por ellos, ¿te siguen pareciendo interesantes o motivadores?
    • Si la advertencia de peligro tiene bases reales. No es suficiente el criterio de “por si las dudas”. Ya sabemos lo que le pasó a Pedrito por andar asustando con el lobo cuando no había tal.
    • Si la causa noble existe o si es tan noble. ¿Ya revisaste si el correo que te llegó y que dice que hay un niño perdido incluye fechas (y fechas recientes), si la casa del niño está en tu ciudad o, al menos, en tu región o país? ¿Verificaste que existe esa política empresarial a la que te piden boicotear? ¿Está en extinción el canario rayado o siquiera existe?
  4. Si el mensaje pasó la prueba de la regla anterior, incluir en el cuerpo del mensaje una pequeña nota para que los receptores sepan que uno lo mandó, que no es obra de un programa invasor que reenvía mensajes spam o virus automáticamente. Basta con “Les recomiendo estos chistes. Juan”.
  5. Si el mensaje ya pasó todas las reglas anteriores, no lo reenvíes a quienes sabes que ya lo recibieron. Revisa los destinatarios que incluyó quien te envió el mensaje, en caso de que no estén ocultos (ocultarlos es buena práctica).
  6. Ir al grano en las noticias e invitaciones. Cuando el tema, la fecha, la hora o el lugar de un evento está perdido en el mensaje hay menos probabilidades de que el lector se interese y asista. Últimamente está de moda hacer invitaciones o comunicar noticias mediante archivos pdf o imágenes que reproducen los carteles con los que se difunde algo en las paredes de las empresas o las escuelas. El “asunto” del mensaje está en blanco o dice nada más: “Conferencia”. Entiendo que, si ya se gastó dinero en diseñadores, se quiera difundir el bonito cartel. Pero, si ya se va a violar la Regla 2 (ver arriba), por lo menos, inclúyanse los datos básicos en un parrafito para no tener que esperar a que “baje” la imagen o el archivo pdf: “Conferencia ‘Cómo escribir correos electrónicos eficaces’, por Juan de las Pitas. Lunes 8 de noviembre en el auditorio Carla Bruni de la Universidad Auténtica del México Virtual”.
  7. Una regla de especial importancia para quienes trabajan en organizaciones: Fijarse bien en el botón en el que se hace clic para responder un correo. No es lo mismo “Responder” que “Responder a todos”. No siempre es apropiado causar un sonrojo general al enterar a todos de lo que se respondió al emisor original.

Estas reglas, es claro, no cubren todo lo que puede hacerse para mejorar la comunicación por Internet (no cubren siquiera mis obsesiones con el tema). Tal vez alguien piense que no son de utilidad alguna. Espero, sin embargo, que permitan comunicarme con ustedes, posibles lectores, y recibir sus críticas, precisiones o sugerencias de adiciones.

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